jueves, 18 de octubre de 2007

A PRIMERA VISTA

Había tenido ganas de jalar el gatillo, pero la sola idea de que la rubia le cantase una de Tom Jobim le hizo guardar el arma.

Providencia arde en luces de neón y en el semáforo un niño de jockey rojo pide monedas para huir de la noche, el insomnio, el destino, la tristeza y la indiferencia de miles de transeúntes que recorren las piernas de la ciudad con la mirada hacia dentro.

Pensando en cuentas impagas, en la teleserie de la tarde, en las mentiras que les dirán a sus amantes, los hombres miran la hora justo en el instante en que el muchacho alarga su mano de uñas comidas y les busca los ojos con cara de cordero.

Entre medio, una mujer de falda plato y pelo ensortijado revisa sus bolsillos. Con pena se da cuenta que dejó la últimas chauchas en la propina de un bar de Plaza Ñuñoa. Le sonríe al chico. Pero a él no le importa, no le sirve. Y con la misma indolencia se pierde entre la multitud que espera con los pies adoloridos el Transantiago.

La mujer cruza el asfalto como en la película "Closer" y se alegra de que el tipo con los ojos trizados por el cansancio y las balas en la billetera, aún la espere varado frente al Teatro Oriente. Minutos más tarde, los dos entrarán a escuchar a "A primera vista". Ella jugará con su cuello que se moverá en círculos y hará agujeros en sus cabellos tiesos pensando en la escena del niño con jockey rojo.

También ha tenido ganas de jalar el gatillo, pero la sóla idea de encontrarlo en medio de la noche, las guerras, el hambre, la prensa basura y esta ciudad de muertos, le devuelve el alma.

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