viernes, 8 de febrero de 2008

LA NOCHE QUE NO ESCRIBÍ

¿Cuántas historias comprimidas habitan nuestros edificios?
¿Cuántos faroles se apagan para poder oírlas?


Un señor que arde en cigarrillos corrientes a las tres de la madrugada,
asomada su cabeza en la ventana del cuarto piso.
Un peluquero de ojos claros, calvo y gay que pasa el día detrás de una perra porfiada, chascona y pequeña, con un pinche rosa en la cumbre de la cabeza y a la cual llama “Luli”.
Un sonido agradable, tal vez proveniente de un pasaje olvidado de la infancia:
la monocorde fricción de la escoba contra el asfalto.
El motor del camión de la basura en la esquina de Mosqueto.
Las músicas de Madonna en el edificio de enfrente, tarareadas por seres sin rostro.
La silueta a contraluz de una mujer joven que mira hipnotizada las peleas de travestis y borrachos, en la hora sin sombra.
El guardia macizo y su vuelta de rutina para vencer el sueño.
El quiltro que ladra enfurecido contra las voces estridentes de jóvenes con tufo a piscola.
Mi conserje y sus risas frente al televisor en blanco y negro.
Su cara amable frente al aparato viejo y sin antena que emite el peluseo de “Morandé con compañía” o las historias freaks de personajes verdes al estilo de “Hulk” o “Frankestein”, en el horario de trasnoche.
La mujer misteriosa que se deshace en orgasmos perfectamente plagiados de Meg Ryan en la película “Cuando Harry conoció a Sally”.
El hombre que sigue siendo un fantasma…
Las carcajadas violentas de un grupo de amigos.
El llanto mudo,
cáscada sobre la almohada
El par de tipos que discute sobre abortar o no el hijo que ella espera.
El silencio indolente de la noche estrellada.
Los ojos extraviados del cuidador de autos.
Las conversaciones en voz alta de un grupo de pokemones tomando cerveza en la vereda.
El estallido de una alarma de automóvil que nunca tiene dueño.
El culli invisible que construyó su jaula en la cabeza.
La poesía de Gonzalo Rojas proyectando colores rojos
Sobre la voz doliente de Nick Drake.
La alfombra verde y su diálogo insomne
Las historias flotando en el vaivén de una vela
Los deseos como cráteres de una ciudad siniestra.
El vino y la conciencia:
Susurros que como una máquina de escribir
Teclean arlequines y versos
En el cuaderno de croquis que nunca compré.