viernes, 18 de enero de 2008

LA NOVIA DE BAGDAD



La primera vez que Zafiro miró el cielo, éste lucía como una camisa de color púrpura. Tenía siete años. Y al oír el bombazo en la lejanía, lo primero que pensó fue que la tierra se caería a pedazos sobre su bicicleta de metal.
Desde entonces que llevaba los ojos como comidos. Incapaz de volverlos a la bóveda grisácea de su Bagdad natal, sólo los entrenaba para recolectar cartuchos de balas vacíos.
"Cuando oigas el estallido, lánzate al suelo", le había dicho su madre después de que Zafiro le confesara con los ojos rotos, que el remezón sideral había matado a la vieja panadera de la que nunca se aprendió el nombre.
Ahora es viernes 11 de enero. El termómetro está bajo cero en Irak y sus manos cazan copos de nieve con la esperanza de que la lluvia blanca no se ensucie cuando caiga.
Dispersos manchones gélidos, blancos y gruesos le mojan la nariz. Zafiro sonríe pensando en un cuento de Christian Andersen que asocia a la nieve con augurios de paz.



Los irakíes nunca había sentido un frío tan agradable. La nieve les parece un espectáculo maravilloso. Tan maravilloso como un cuadro de Van Gogh.
Por primera vez en 100 años, Irak viste velos blancos y sus veredas están prácticamente despobladas de fuerza armada. La gente sale sin temor a la calle. Se mira las caras. Se dispara sonrisas con aroma a Navidad. Es viernes y no caen lenguas de fuego en la vieja Bagdad. En distintos puntos del país, la guerra y la violencia se congelan en el uniforme del soldado que se calienta entumido las manos en una fogata.
Ni atentados, ni bombas, ni choques de tribus armadas. Tan sólo escarcha en el cabello del viejo que cose bastas de pantalones a la vuelta de la cuadra.
Zafiro es uno de los tantos niños que juegan a hacer figuras con la nieve. Por primera vez se siente como el oso polar del comercial de Coca-Cola. No le importa que sus dientes tiemblen. La tregua es una novia que taconea y se abre paso en las curvas de la memoria.



La bóveda no grita. Sólo llora de felicidad. Húmeda, es una eterna luna de miel en las alturas. Un cisne de cuello largo. Una vela de primera comunión. Las almas están calmas. La nieve se derrite en charcos grises cuando se estrella en el piso. En las manos de los entusiasmados espectadores, no hay más que concentradas dosis de felicidad.
Desde 1909 que el cielo de Bagdad no lloraba de tanta alegría, recordó la madre de Zafiro. La meteoróloga de la tv dice que la culpa de la nevazón la tienen dos capas: una fría y seca proveniente de Siberia y una templada y húmeda que habría venido del Mar Rojo.
A Zafiro no le importa. Con los ojos llenitos de azul corre tras los copos que dispara la bóveda que otrora oyó estallar. Hoy no teme mirar al cielo. Con una sonrisa poblada de jazmines, su única preocupación es que la lluvia blanca no se ensucie cuando caiga.
"He mirado los rostros de las personas y todos estaban atónitos" explicó con sorpresa Hassan Zahar de 60 años a los diarios locales, el pasado 11 de enero. Como Zafiro, es una de las tantas almas que esa noche se imaginó durmiendo en un castillo de cristal.